Los días de invierno son tan buenos como los de verano para pasear por el puerto.
Ese día no era tan oscuro pero la marea estaba muy agitada. Al caminar a través del muelle, me pareció hermoso el vaivén furioso del agua, me acerque más a la barandilla, y al ver un espectáculo como aquel, las aguas plomizas, las gaviotas sobrevolando el mar en busca de una presa, atravesándolo luego limpiamente para atraparla, quise estar más cerca del agua; así que descendí un poco por una antigua escalera que hace mucho debió haber sido usada para trasladar carga y pasajeros hacia los barcos; ahora me servía para sentarme en sus gradas y pensar a gusto frente a un interminable océano gris.
Ese día no era tan oscuro pero la marea estaba muy agitada. Al caminar a través del muelle, me pareció hermoso el vaivén furioso del agua, me acerque más a la barandilla, y al ver un espectáculo como aquel, las aguas plomizas, las gaviotas sobrevolando el mar en busca de una presa, atravesándolo luego limpiamente para atraparla, quise estar más cerca del agua; así que descendí un poco por una antigua escalera que hace mucho debió haber sido usada para trasladar carga y pasajeros hacia los barcos; ahora me servía para sentarme en sus gradas y pensar a gusto frente a un interminable océano gris.
Sonreí , se movían un poco los fierros a merced de las olas, salpicaba su espuma sobre la vieja madera tan castigada por el ambiente , yo era feliz, mi mente volaba muy lejos, mas allá de mi misma, además el mar tenia ese día un mensaje , uno que pugnaba para llegar a mi, lo supe entonces como se tiene una intuición.
Desde la barandilla sobre las escaleras escuche la pregunta que acortaba mi camino entre el misterio y la revelación, “¿No tiene miedo señorita?”, levante la cabeza algo ausente, me hablaba un anciano de rostro muy arrugado y gestos rápidos, casi ratoniles, no obstante había algo perene en su expresión que lo hacia parecer presto a la risa; “No desde luego, estos fierros no se van a caer hoy aunque este yo aquí”.
El bajo a la escalera y yo subí a la primera grada porque él parecía algo inseguro de seguir descendiendo, me dijo que le daba miedo el mar aunque había aprendido a nadar muy bien. Empezamos a hablar y me di cuenta, sin que fuese necesesario expresarlo, de la necesidad que tenia él de una confesión; sentí temor pues no sabia si seria capaz de escucharlo, mire fijamente el mar y tras un rato de silencio acepte aquel extraño papel, el me dijo como si alguien le hubiese comunicado mi resolución “He llevado una vida muy desordenada señorita, he tenido problemas y mujeres…”; le pregunte entonces – “¿Cómo empezó?”. El me miro, luego alzo su mirada hacia el cielo y me contesto: “Ay, si le contara, es una historia muy larga...”, volvió a mirarme y me pregunto “¿tiene tiempo?”; “Bastante”- le respondí- “hasta el almuerzo”. Entonces empezó su relato, vi a través de él y lo que me contaba la vida humana, una vida de sufrimientos y alegrías, de un valor tan trascendentes para el que los vive, en tanto son los que los viven quienes los padecen y luego quienes los propician una y otra vez por sus propias acciones, en una interminable rueda irreflexiva, aunque ocasionalmente tan solo, pues no se vive por mero instinto para siempre, ni aun en el transcurso de una vida.
Al terminar él de hablar sentí que había vivido su vida también, entendí a quien padece la amargura de la vejez pues se encuentra así mismo solo y aislado, entonces se ve obligado a mirar retrospectivamente y encuentra mucho que hubiera querido cambiar; esa era la amargura de este anciano que renunciaba a vivir los años que aún le quedaban para padecer el castigo de los pecados cometidos en el pasado; fue así que termino diciéndome “No quiero hacer mas daño a nadie mas” ; no pude evitar suspirar afligidamente , ese suspiro me trajo al momento actual de vuelta ,y libre del dolor de aquel hombre pude ver nuevamente con mis ojos que los sufrimientos de la vida, si bien pequeños como lo pueden haber sido los míos, si bien grandes como han sido los de él, no son en vano , un poco de aquel pesar era suficiente para hacernos partir en busca de una verdad ,y ella no estaba mas lejos de nosotros mismo o de nuestros actos, los incluye y por ello los supera. Quise entonces decírselo para que pudiese continuar viviendo ahora verdaderamente pues tan solo ahora empezaba a concebir mas allá de la acción de vivir lo que esto es en si.
Al oírme suspirar me pregunto el porque de aquello, me pregunto si era caso que sus sufrimientos me hacían revivir a mi algunos parecidos; negué con la cabeza tan solo; silenciosamente la comprensión del mensaje de la marea, en aquella ocasión, empezó a llegar hasta mi; si acaso mi vida no era el revoltijo que él vivía y se aprestaba a seguir viviendo, en continuo tormento, era tan solo por una diferencia de percepción tan fundamental que era como colocarnos ojos distintos; vi que mi vida era como el océano, oscuro profundo e infinito hasta donde la vista podía alcanzar, pues mi concepto de la existencia había ido cambiando hacia lo eterno , eso convertía en distinta mi visión, en tanto la de él era como las olas, un violento vaivén de espuma blanca, una fuerza indomable que se movía a su capricho sin posibilidad de control. Y no obstante su vida y la mía eran la misma; lo único que variaba era la manera de apreciarla, como atenerse y padecer el movimiento de la orilla por negarse a creer que nuestro lugar puede ser también mas halla en el gigantesco mar abierto, se lo dije así y aprecie cierta comprensión en sus ojos. Le recordé que el ya no quería hacerle daño a nadie más, y que aunque él nunca había sido realmente una mala persona había tenido tan solo el miedo natural de adentrarse en si mismo y conocerse, este es el miedo de reparar en nuestros actos por ser una experiencia similar a introducirnos en un infinito océano, ese es el miedo que nos paraliza en la ruindad.
"Ahora lo único que te detiene para empezar de nuevo es el temor; por eso me dices que prefieres cargar con los pecados del pasado" - le dije.
Ya había pasado la hora de almorzar cuando nos despedimos; el prometió no dejarse vencer por “su amargura de vejez” y yo le sonreí y le sonreía al mar.
"Ahora lo único que te detiene para empezar de nuevo es el temor; por eso me dices que prefieres cargar con los pecados del pasado" - le dije.
Ya había pasado la hora de almorzar cuando nos despedimos; el prometió no dejarse vencer por “su amargura de vejez” y yo le sonreí y le sonreía al mar.
¿Me gustaría saber quien en el universo se hace cargo de organizar tales lecciones?, pensé; y de camino a casa me pregunte también “¿Por qué alguien le tendría miedo al mar si sabe nadar?”; estuve a punto volver y preguntárselo al anciano en el muelle, pero desistí, en lenguaje metafórico la pregunta ya había sido más que resuelta y me respondí “Por la misma limitación inconsciente que nos hace vivir en las crestas de las olas y no el lo profundo de los océanos.”
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