Hace buen tiempo que vengo descuidando el blog; pero bueno... al meos ya esta aqui otra vez mi mente y es un alivio.
Esta historia tiene un año guardada entre mis papeles sin que me diera tiempo a terminarla; la empeze a escribir como un impulso caprichoso durante una clase , pero creo que solo hasta ayer he podido darle un final apropiado.
Enredadera de campanillas
Nunca me he movido de aquí; a diferencia
de él aun sigo cuidando nuestras flores. Aun me asombro cuando al amanecer las
veo despertar y abrir con lentitud sus pétalos; como si fueran niños pequeños
bostezando. Me preocupa cuando las noto alicaídas y con los pétalos marchitos
bajo el sol; este enredadera significa tanto para mí como antes significo él.
Me pregunto cuando veo el sol ponerse que estará haciendo , o
si lo volveré a ver. A esta hora mis campanillas ya se han cerrado adormiladas;
que paz la de estas horas; esta es la hora en que me gusta cantarles como si
las arrullará, es mi canto al amor; las flores lo entienden y se acurrucan;
mañana también se abrirán satisfechas y hermosas.
De niña corríamos juntos todo el tiempo;
yo salía sigilosa cuando la mañana empezaba a abrirse para no despertar a personas,
perros y gallos. Me obligaba a calmar el latir de mi corazón desbocado para no
ser descubierta, y apenas me sentía libre de ojos y oídos vigilantes corría al
encuentro de mi amigo; nos encontrábamos en el camino y con el salía el sol,
los rayos iluminaban nuestros rostros y nosotros reíamos de la hazaña de estar juntos otra vez; eso es lo milagroso de la niñez!!!
Junto a él recorrimos una y otra vez
pastos, bosques y arroyos; subimos lomas, recogimos plantas y también flores.
Nos alimentábamos con frecuencia de
frutas crecidas en los árboles y si no compartíamos la comida que nos
llevábamos de casa siempre a expensas de nuestros padres.
Es fácil imaginar los reproches que se
nos hacían; los castigos que nos asignaban y los encierros que no lograron
detenernos; pues si la necesidad de encontrarnos y jugar juntos recorriendo
este paraíso era más grande que el temor a la desobediencia; la habilidad en
ese entonces nos bastaba para encontrar una escapatoria al rigor.
Con los años aquello cambio un poco;
siempre es así cuando se deja atrás la inocencia; de un momento a otro el mundo
había cambiado y nosotros no éramos los mismos, y aunque lo conocía de toda la
vida, no podía verlo a los ojos sin ruborizarme; nuestros diálogos eran parcos
y lacónicos, llenos de palabras tan superficiales como incomodas; pero aun así
seguíamos procurando encontrarnos y nos sentíamos mas atados el uno al otro que
antes. En ese tiempo ocurría algo curioso; no obstante lo distanciado de
nuestros encuentros por poco tiempo al atardecer; parecían estos aun mas
clandestinos que cuando éramos niños y nos escapábamos realmente de casa hasta
la hora de almorzar y luego intentar escapar nuevamente luego del almuerzo hasta el anochecer si se
podía.
Una tarde sentados bajo un árbol yo
sentía el corazón oprimido; la razón era que aunque me encontraba junto a él percibía que sin embargo se hallaba cada vez más distante;
supe en aquel tiempo lo que era estar enamorada y entendí el dolor de quien se
separa, aunque brevemente, de su amado. Era increíble el anhelo de abrazarlo y
que el me abrasara, de colgarme a su cuello, besarlo y que el me besara; quería
que él ya no me soltara y que no se fuese; pero el se alejaba; era porque hacia
tiempo ya habíamos dejado de encontrarnos en los caminos para jugar; era porque él tenia sus responsabilidades y yo las
mías y el mundo nos llamaba.
Me pareció una tarde triste, no obstante
lo hermoso del paisaje en primavera, ambos estábamos en silencio y yo termine
por bajar la cabeza y juntar mis
rodillas con las manos ; el lo noto enseguida y me pregunto preocupado que me pasaba
; yo le conteste que no sabia, pero que me sentía triste junto a él; pude ver
entonces su cambio de actitud, y los gestos de su rostro mostraron claramente
amargura; al momento desee no haber dicho nada, pero era tarde ; algo se había
quebrado y yo ya no dejaba de llorar; luego de un rato de incomodo silencio me
pregunto con un tono controlado y sin emoción si quería que nos dejásemos de
ver; yo le respondí que no con voz queda; trate de ordenar mis ideas ; el
parecía expectante de una explicación; finalmente le dije:
-
No es que quiera que te
vayas, es que no quiero que te alejes de mí.
El me miro confuso al principio; estaba
sorprendido; luego pareció comprenderlo todo como yo y respondió con ternura:
-
Yo te estaba por pedir lo
mismo.
Se acerco a mi y coloco suavemente mi
cabeza en su hombro; con torpeza nos acercamos cada vez mas el uno al otro y no
dijimos nada mas hasta que empezó a oscurecer; no guardo en la memoria que fue lo que nos dijimos ese día; solo
puedo recordar la sensación de bienestar junto él; habíamos recobrado la
confianza que teníamos de niños y nos unía
desde entonces, además, la complicidad de los enamorados. Ese día me gane una
reprimenda por llegar tarde a casa; pero no deje de reírme luego en mi cuarto;
con esa reprimenda me pareció haber vuelto a los viejos buenos tiempos.
Fuimos felices juntos y yo siempre le decía que temía olvidar la felicidad y vivir con amargura si alguna vez nos separábamos; a él no le gustaba hablar sobre eso, pero una mañana escuche su silbido clave bajo la ventana de mi habitación y pude ver sembrada una pequeña enredadera de campanillas moradas; estas flores nos unían pues eran nuestras favoritas cuando niños pues solíamos recogerlas en el campo para prenderlas en nuestros cabellos. Baje corriendo y lo abrase; el me explico que lo había echo para que ya no me preocupara por olvidar; la enredadera crecería y crecería, y se haría tan frondosa y alta que surcaría toda la pared y llegaría a mi habitación; y así volverían los recuerdos felices de esa época, gracias a la enredadera; cuando tengas que recordar porque esta aquí una planta tan enorme todo nuestro recuerdos retornarán y con ellos tu alegría. Y realmente fue así; aunque el partió hace mucho poseído por el anhelo de aventuras y la necesidad descubrir todo cuanto hay por ver en el misterioso mundo lejos de nuestro pequeño pueblo; yo no olvide. Las flores que crecen bajo mi ventana son ahora las flores del amor; por eso no crean por favor que escribo este relato con amargura ; la tristeza se fue con el tiempo y dio paso a la comprensión; ese prime amor de niñez y juventud me enseño lo que realmente es amar : es libertad ; como la que vivimos el y yo de niños sin obedecer a nuestros mayores solo para encontrarnos y por el simple echo de descubrir el mundo juntos; o la libertad que sentimos cuando vencimos el silencio que nos alejaba esa tarde, ya jóvenes, bajo el árbol , y pudimos encontrarnos nuevamente para seguir juntos esa etapa en nuestra vida . Y finalmente la libertad que descubrí cuando no despedimos; la de dejar ir a el ser amado porque no se puede amar a alguien mas allá de el mismo; aquella vez cuando me confeso con tristeza pero con decisión que quería irse entendí que sus ambiciones superaban la tranquilidad, a mi lado, de nuestro amor. No fue fácil escucharlo en un principio; incluso no le respondí nada y me aleje corriendo sintiéndome traicionada cuando me anuncio su partida; llore mucho desde luego, pero esa noche las plantas del amor alrededor de mi ventana me recordaron a modo de consuelo las veces en que desde niños había tenido que decirle adiós; no siempre podrás seguirlo a todas partes y no siempre podrá estar junto a ti, me dijeron las plantas. Era cierto, ya no seriamos felices juntos si estar conmigo le representaba perder sus propios sueños; por otro lado él ya no seria quien yo amaba si se perdiese a si mismo, ese era nuestro destino.
A la mañana siguiente escuche su silbido
y me asome a la ventana; el me miraba aun triste y culpable; yo, no obstante,
trate de sonreírle y le dije “Ya voy”; cuando lo tuve cerca me eche a sus
brazos; el me recibió sorprendido y me dijo “lo siento”; yo le respondí “no
importa...; ya entendí que es inevitable decir adiós”. Pasamos juntos ese día y
vimos un ultimo atardecer; a la mañana siguiente el partió muy temprano.
“Adiós amado; adiós amigo”- fue lo que le
escribí en una tarjeta que le pedí que abriera cuando ya estuviese lejos; él a
su vez me dio otra en la que decía “Volveré”.
Así fue como las campanillas de mi
ventana me salvaron de la amargura y reflexionando sobre toda esta historia
alrededor de la enredadera entendí también que el destino tiene muchos caminos
para los hombres, a menudo se cruzan y
sin embargo cada hombre tiene su propio
camino; en el amor entendí que es una gran suerte que los caminos de los
amantes se crucen, pero que también forma parte de la suerte que algún día
vuelvan a separarse; es el flujo de la vida y solo siguiendo el flujo de la
vida se aprende a amar con desprendimiento y a ser feliz en la comprensión.
Escrito por Jana
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