the fool

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21 mayo, 2013

El arte de la lucha - Pu Sun Lin




Li Tchao alias ''El Fornido'', domiciliado en el suburbio oeste da la ciudad de Tszi, era un hombre sincero y sociable. Daba limosnas con largueza para ayudar a los monjes budistas.
Una vez Li dio de comer hasta que se hartó a un monje que vino con su escudilla, y éste, agradeció, le propuso:
-Permítame que le transmita el arte de la lucha, que yo domino bastante bien. Soy egresado de la Academia de Shaolín.
Li se alegró mucho, instaló al monje en la habitación de honor  y sin escatimar gastos lo  mantenía. Brindándole casa y comida. Con perseverancia practicaban por las mañanas y por las tardes. En tres meses Li hizo notables progresos por lo que se sentía sumamente contento.
-¿Entonces, qué?- le preguntó una vez al monje- ¿Hay progreso de veras?
- Y muy grande, por cierto- contestó Li- Ahora domino todo lo que usted sabe, maestro.
El monje se sonrió y le invito a mostrar su maestría.
Li se despojó de su bata, se escupió las palmas de las manos y se puso en movimiento: ora daba brincos como un mono, ora descendía ligero como un pájaro, y ya le faltaba poco para echar a volar y planear por los aires. Finalmente se inmovilizó en una pose jactanciosa, lleno de pretensión.
-¡Basta ya! –dijo el monje, sonriendo- Y a que usted dice haber asimilado todo mi saber, vamos a medir nuestras fuerzas.
Li aceptó el reto alegremente. Asiéndose de las manos es posición inicial, se enfrascaron en la lucha, ora atacando uno y el otro a la defensiva, ora a la inversa. Li acechaba en todo momento a su contrincante para cogerlo en u descuido, pero, de repente éste le aplicó una zancadilla, y Li cayó boca arriba, luego de rodar a más de una sazhen (Medida de longitud, algo más de tres metros.) de distancia.
-No, usted aun no lo domina todo- dijo el moje dando palmadas.
Li, avergonzado y haciendo una profunda reverencia, le suplico que siguiera dándole clases, pero pocos días después el monje se despidió y se marchó.
Desde entonces, Li adquirió fama de luchador avezado. Viajó al sur y al norte, sin que nadie pudiera derrotarlo.
Una vez, quiso la casualidad que viera en el mercado de la ciudad de Lisia a una monja joven que explicaba las reglas de la lucha. Una nutrida concurrencia la rodeaba.
-Practicar a solas los ejercicios del ataque y la defensa es de veras muy aburrido- decía la monja - ¿No habrá entre los presentes alguno que quiera medir sus fuerzas conmigo? Que entre pues al ruedo.
Tres veces repitió ella su desafío, pero ninguno de los espectadores se atrevía  a aceptarlo: No hacían más que cambiar miradas. Li se mantenía apartado, pero le picaban las manos y finalmente, sin poder resistir la tentación, dio un paso al frente.
La monja lo saludó cruzando los brazos sobre el pecho a la usanza  budista.
Pero, apenas colocado Li en la posición inicial, ella exclamó:
. ¡Espere! Veo que usted estudió en la Academia de Shaolín, ¿Puedo preguntarle quién fue su honorable maestro?
Li no quería revelar la verdad, pero ella inquiría con tanta insistencia que él tuvo que decirle  el nombre del monje. Al oírlo, ella cruzó los brazos en el pecho en señal de profundo respeto.
-Así que fue el monje Hañ su maestro. En tal caso está  de más que midamos nuestras fuerzas. De antemano me doy por vencida – dijo, y saludó a Li con una profunda reverencia. Li empezó a suplicarle, pero la monja no cambiaba de parecer. Los espectadores por su parte comenzaron a incitarla, hasta que ella por fin dijo:
-Puesto que es usted discípulo del preceptor Hañ, pertenecemos a la misma escuela. Realmente no está de más que nos divirtamos un poco, pero debemos tener muy presente que se trata tan sólo de un juego.
Li se declaró de acuerdo pero trató a la monja con altivo menosprecio pues la consideró tan débil y frágil como suelen ser las mujeres. Por ser joven su sangre, siempre quería salir vencedor en todas las lides; y ahora deseo loco de doblegar a la monja y conquistar gloria, aunque fuera la gloria efímera de un día. Y se mostro tan brutal en el encuentro que la monja detuvo el combate.
-¿Por qué no quiere usted que sigamos luchando?- preguntó Li. Pero ella nada contesto y solo se sonrió.
Pensando que la mujer se había acobardado Li siguió  acosándola hasta que ella se puso de nuevo en la posición inicial.
Pronto Li creyó ver la posibilidad de ponerle una zancadilla, pero apenas había iniciado el movimiento de la pierna cuando la monja le golpeo la cadera con el canto de la mano. Li tuvo la sensación de haber recibido un hachazo; se le doblaron las rodillas, se desplomó  y ya no pudo volver a ponerse de pie. La monja se disculpó con una sonrisa:
-No tuve intención de ofender al colega. Espero que no me culpe ni me guarde rencor.
A Li se lo llevaron a casa en una parihuela. Se repuso solo al cabo de un mes.
Cosa de un año después, el monje Hañ visitó de nuevo la casa de Li, y cuando escuchó el relato de aquel encuentro, exclamo, alarmado de veras:
-¡Usted es demasiado imprudente! , ¿Para qué tenía que medirse con ella? Tuvo usted suerte de haberme nombrado; de no haberlo hecho, bien pudiera haber perdido una pierna.







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